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El polvorín

EDITORIAL DE HORIZONTE SUR A LA INTEMPERIE 25 DE MAYO DE 2010

30 Mayo 2010 , Escrito por El polvorín Etiquetado en #Politica

 

 

Paz y guerra 
     

 


       Hace doscientos años, el vecindario de Buenos Aires, conmovido por las noticias que llegaban desde la metrópoli lejana, se preparaba para una jornada que haría historia. Se trataba de resolver el gran tema pendiente de la soberanía popular, soberanía que, quedara vacante por el reemplazo de la corona y de la que se hiciera cargo la gran Junta Suprema del Reino, luego de la victoria de Bailén sobre las tropas napoleónicas. El posterior ingreso de Napoleón en España y de su gran ejército en 1808, como respuesta a su derrota en Bailen, va a provocar sucesivas capitulaciones militares españolas que conducirán a que la gran Junta termine refugiada a principios de ese año 1810, en la pequeña isla de León frente a Cádiz, bajo la protección de la flota inglesa y a corta distancia del respaldo que le asegura la fortaleza de Gibraltar, que estaba en manos británicas desde el tratado de Utrecht de 1713.

 


      La situación no podía ser más extrema en la península y en esas circunstancias, fue lógico que aquellos intelectuales formados en los centros de estudios de Chuquisaca, en el Alto Perú, donde la visión geopolítica de la España americana tuviese tan enorme peso en la formación de una dirigencia hispano criolla, se planteasen con la gravedad que las circunstancias exigían, desafíos políticos y responsabilidades morales superiores a las de muchos de los funcionarios coloniales de una España que desaparecía ante el arrollador ejército napoleónico.

 


      El acto de reasumir la propia soberanía popular en aquel imperio español en América, conformado como una aplastante sociedad de castas, con roles y oficios preestablecidos para cada mezcla de sangres y de razas, puso en marcha a poco andar, mecanismos de insurgencia y de participación popular de masas, jamás imaginados. Pero en aquellas vísperas todavía, eran unos pocos los que presionaban para saber de qué trataban las reuniones en el Cabildo aldeano, los que agitaban a la muchedumbre de paisanos y tenderos, y distribuían entre ellos las cintas rojas y blancas que identificaban a la Junta de Cádiz o tal vez las azules y blancas que cortadas en tiras del manto de la Virgen, simbolizaran la lucha tres años antes contra los invasores ingleses. Buenos Aires, en aquel mes de mayo de 1810, bullía de rumores y reuniones conspirativas en épocas en que cada vecino guardaba en la casa su fusil de chispa, y cuando el arma y el pertenecer a una organización militar de la reserva, que en la realidad operaba como un partido miliciano, donde los mandos eran democráticamente electos, le daban nuevos derechos a opinar y decidir sobre la cosa pública.

 


      Resulta difícil imaginar ahora la tensión extrema de aquellos días en el interior de cada uno, el orgullo de las recientes victorias sobre el Ejército inglés en las invasiones de 1806 y 1807, el sentimiento y el orgullo de ser un español pero nacido en América, y sobre todo, ese vértigo de poder debatir y decidir sobre el propio destino.

 


      Doscientos años después, estamos una vez más, sumidos en las incertidumbres, pero en vísperas de cambios trascendentales. El mundo Bipolar se ha derrumbado y los intelectuales formados en aquellos paradigmas, y a diferencia de los patriotas llegados de aquella lejana Chuquisaca, son incapaces de leer e interpretar los nuevos escenarios. En el mundo globalizado por las corporaciones transnacionales, la Argentina ha retornado al más crudo colonialismo, pero ahora encubierto por discursos progresistas, de manera tal que nuestra propia izquierda travestida hace innecesaria la existencia de virreyes. La sojización, la megaminería, las plantaciones de árboles y las pasteras, por último, la producción de agrocombustibles, son los nuevos Potosíes donde América es crucificada cada día al interés de los mercados globales por disponer de recursos naturales y creciente cantidad de comodities.

 


      Tal es la encerrona ideológica que, hasta las procesos de supuesta rebeldía se embanderan con las imágenes ahora estereotipadas y vaciadas, del Che, de Evita o acaso de Tupac Amaru, mientras se rinde culto al extractivismo, al consumismo urbano, a los procesos tecnológicos y al crecimiento. El socialismo que conciben estas neomafias, generadas por un modelo absolutamente clientelar de la política y asistidas por una generación que pretendió ser revolucionaria y que se adaptó con funcionalidad al sistema globalizado, se basa en el productivismo a gran escala, y se conforma con maquilas en que los hombres dirigen o supervisan, mientras son la mujeres las que agachan sobre las máquinas, trabajando sobre la base de un salario fundado en planes asistenciales...

 


      Si aquellos procesos que partieron de la gesta de mayo fueron esencialmente liberadores de las castas y de los roles impuestos por nacimiento o por herencia, los actuales procesos conducidos por la izquierda progresista, alientan por lo contrario las especificidades y las diferencias, elevándolas a categorías regidas por los propios códigos y convirtiendo la totalidad en apenas una sumatoria de fragmentos. Aquellos próceres de mayo, más allá de sus disidencias y enfrentamientos, se preocuparon por generar un proyecto de Nación hispano e indo americano. Éstos, por lo contrario, ya sea por incapacidad o por complicidad con las empresas transnacionales, carecen de todo proyecto que no sea profundizar la desmalvinización a la vez que la evidente indefensión militar de nuestro país, mientras continúan abjurando del concepto de Pueblo, y nos transforman en un inmenso mosaico de intereses, de usuarios y consumidores. Asistimos a una práctica absolutamente perversa por parte del progresismo en el gobierno, una práctica perversa y repetida, en que las minorías son exacerbadas en sus especificidades y en sus reclamos, mientras los mismos que las alientan a buscar sus propios caminos, se permiten ignorar que deberían ser ellos desde el Gobierno y desde el Estado, quienes deberían proporcionarles justicia o reparación en sus demandas.

 


      En el caso de los pueblos originarios a los que la Constitución Nacional les asegura su tierra, su lengua y el respeto por sus costumbres ancestrales, hemos llegado a la situación límite en que por incompetencia o por malevolencia, sean los mismos funcionarios que no cumplen con los preceptos constitucionales, los que alientan la desmesura de una revisión del concepto de nación que conduzca a una posible plurinacionalidad de la Argentina.

 


      No existe una derecha amenazante que nos obligue a estrechar filas por encima de todo debate, y aceptando la verticalidad de alguien que se siente predestinado para ejercer el poder y que no hace sino perderlo en cada batalla que genera. Si se afirman esas amenazas, son solamente groseras mentiras, en todo caso están confundiendo la oligarquía del primer centenario, con las oligarquías actuales, de las cuales son íntimos... y que refiero a Elsztain, a Grobocopatel, a Wertheim y a los Blaquier.

 


      No es por otra parte, la Gran Bretaña la que alimenta la desmalvinización y la indefensión militar en la Argentina, al menos de manera directa... sino, una vez más, los progresistas. No necesitamos tampoco virreyes ni ejércitos de ocupación para mantener el actual status de semicolonialidad, porque es nuestra propia dirigencia política la que ha decidido cumplir ese rol. Menos aún, sería la mesa de enlace la que propicia la sojización, más allá de que la aproveche para ganar muchísimo dinero. Es nuestra propia dirigencia política la responsable de todas y de cada una de esas políticas, son nuestros propios intelectuales los que han traicionado todo pensamiento crítico y todo sentimiento nacional. Pero no son los intelectuales, los dirigentes políticos y los comunicadores de la derecha de los que no podríamos esperar otra cosa. No, son los dirigentes, los intelectuales y los comunicadores progresistas, en general provenientes de las luchas revolucionarias de los años setenta, los que con sus extravíos ideológicos nos conducen una vez más, a las puertas de la desintegración nacional. Mayo fue y seguirá siendo las vísperas de un cambio que de nuevo se presiente.

 


      Estamos cansados de tanto desear un país mejor, cansados de repetir que otro mundo es posible, estamos cansados de anticipar los fracasos de una dirigencia irremediablemente corrupta. tal vez sea la hora en este bicentenario, de darle paso a una nueva generación que vuelva a pensar en términos de Pueblos y de proyecto nacional.

 


       Jorge Eduardo Rulli
      http://horizontesur.com.ar/programa/

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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