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El polvorín

El capitalismo como sistema mundial en expansion

30 Julio 2011 , Escrito por El polvorín Etiquetado en #Politica

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Coordinadores: Néstor Kohan, Claudia Korol
Fuente: icalquinta.cl 

 

El capitalismo constituye una manera de organizar la sociedad a escala mundial. Aunque nació históricamente en Europa occidental, el capitalismo se estructuró desde su inicio como una sociedad en permanente expansión.

El capitalismo no puede existir sin conquistar nuevos territorios geográficos y nuevas relaciones sociales.
Las primeras formas que asumió estuvieron centradas en el capital bancario y en el capital comercial.
Durante la Edad Media europea, los primeros prestamistas y mercaderes aparecieron
en el siglo XI (11). Aunque los prestamistas y mercaderes perseguían la obtención de interés y ganancia comercial, todavía en ese entonces, a nivel social predominaba la producción de valores de uso para el consumo.

Más tarde, en los siglos XV(15) y XVI(16), las grandes casas comerciales europeas – principalmente italianas- financiaron los viajes expedicionarios en busca de nuevas rutas comerciales. Nacía el colonialismo moderno. La primera división del mundo en metrópolis y dominios coloniales. Desde ese momento, el capitalismo occidental europeo se expandió a nivel mundial. Fue la primera “globalización”, todavía incipiente. A fines del siglo XV y comienzos del XVI, a partir de los viajes de Colón y sus colegas, el mundo se empieza a unificar bajo la tutela y expansión de Occidente, que produce un aplastamiento brutal de las sociedades periféricas. Es “la carga del hombre blanco” que lleva sobre sus espaldas el deber de… “civilizar” y evangelizar a los bárbaros (los pueblos coloniales). América Latina, sojuzgada y conquistada, ingresa en “la civilización” occidental capitalista de la misma manera que África y Asia: como parte de la naturaleza a conquistar y evangelizar. La “humanidad” llegaba hasta donde llegaban los blancos, occidentales, propietarios y varones. No resulta por ello casual que los pueblos originarios americanos hayan sido comparados con los animales (es decir, como si pertenecieran a la naturaleza y no a la sociedad) por los conquistadores europeos. Exactamente lo mismo sucedió a los habitantes de África, que alimentaron la sed capitalistas de riquezas como mano de obra esclava.

El saqueo colonialista del Tercer Mundo posibilita la acumulación originaria europea. Ésta, a su vez, permite el desarrollo de la revolución industrial a fines del siglo XVIII (18). Con la introducción de la máquina de vapor y el pasaje de la producción artesanal y manufacturera a la gran producción industrial, el capitalismo de las metrópolis (principalmente Inglaterra) se expande aún más por el mundo conquistando nuevas colonias (o robándoselas a otras potencias como España y Portugal). Hacia fines de ese mismo siglo XVIII (18), se produce en Francia la principal revolución política de los tiempos modernos: la revolución burguesa de 1789.

¿Qué fue la revolución burguesa?

El arquetipo de revolución burguesa europea fue la encabezada por la burguesía francesa, la más radical de todas (porque a diferencia de la burguesía inglesa, no negoció con la monarquía y le cortó la cabeza al rey). La burguesía realizó su propia revolución política liderando a todas las clases postergadas por la realeza, la nobleza, el clero y la monarquía. Lo hace tomando el poder e instaurando la república parlamentaria. Lo hace en nombre de todo el “pueblo” pero en realidad inaugura la dominación política burguesa (es decir de una pequeña minoría social). Una dominación anónima, impersonal, generalizada, realizada en nombre de “todos los ciudadanos” pero en beneficio exclusivo de la burguesía.

Aunque diversas corrientes de ideas coexisten en el seno de la revolución francesa (incluyendo a los primeros comunistas como François-Noël Graco Babeuf), el liberalismo se torna hegemónico.

¿Qué es el liberalismo?

El liberalismo es la doctrina que plantea en el terreno económico la libre circulación de mercancías. “Dejar hacer, dejar pasar” es su lema, con el cual enfrenta las trabas que la nobleza ponía a la expansión del comercio burgués. En el terreno político, el liberalismo propicia una forma de gobierno republicana donde la burguesía puede ejercer su dominio de manera anónima, general e impersonal, sin las “molestias” de la dictadura o la monarquía.

El siglo XIX (19) fue en Europa el de la consolidación económica del capitalismo industrial y, en todo el mundo, el de la segunda etapa –posterior a los viajes de Colón- de la “globalización”. Si en sus orígenes el capitalismo comenzó acumulando a partir de los bancos y el comercio, en el siglo XIX fue la producción industrial –bajo el supuesto reinado de la libre competencia- la que consolidó el predominio mundial del capital sobre un conjunto muy heterogéneo de relaciones sociales.

En América Latina, bajo el impulso y el apoyo del colonialismo inglés (en disputa con las otras potencias), las nacientes repúblicas latinoamericanas se independizan de los viejos imperios coloniales de España y Portugal. Pero esa independencia será sólo formal. Rápidamente, las nacientes repúblicas se convierten en semicoloniales y dependientes. Surge entonces una clase dominante local, la burguesía dependiente, estrechamente ligada y asociada –en lo económico, en lo político, en lo militar y en lo cultural- al dominio de las metrópolis. Las burguesías dependientes son socias menores de la dominación, primero colonial, luego neoloconial e imperialista.

Es en ese siglo cuando Carlos Marx escribe en el Manifiesto Comunista (1848) acerca de la expansión del capitalismo y la unificación tendencial del mundo bajo el reinado del valor de cambio y la producción para el mercado. Allí habla, en otro lenguaje, con otra terminología, de lo que hoy se conoce como “globalización”. Marx plantea, entonces, que con el capitalismo “el mundo se unifica”. También plantea que “el mundo empieza a ser redondo, por primera vez”, a partir de los barcos de vapor, el ferrocarril, el telégrafo, es decir, de los medios de comunicación que marcaron aquella época. El capital se expande por el mundo en extensión y en profundidad. Por su propia lógica interna, el capital necesita expandirse, tanto en extensión como en intensidad, hacia “afuera” y hacia “adentro”, fagocitando todo tipo de relaciones sociales que le son adversas, externas o extrañas, que resisten, o sociedades que no han sido incorporadas aún a la lógica capitalista. Para dar cuenta de ese proceso, Marx utilizará dos expresiones que explican la subordinación y la unificación mundial bajo el reinado del valor de cambio, el mercado y el capital: “subsunción formal” (para la expansión en extensión) y “subsunción real” (para la expansión en profundidad).

Como el capital necesita expandirse permanentemente, el capitalismo nace como un tipo de sociedad internacional, nace de manera mundial. Se estructura luego a partir de Estados nacionales -lo primero que en cada sociedad intenta construir la burguesía, históricamente, es el mercado interno, el ejército nacional y el Estado nación- pero, a partir de allí, se proyecta siempre a nivel internacional, desde sus mismos orígenes.

A fines del siglo XIX (19), por su misma lógica, las grandes potencias capitalistas occidentales se lanzan a la disputa por la conquista del planeta. Francia competirá con Estados Unidos para alcanzar a Inglaterra (que entonces lleva la delantera). Alemania e Italia van detrás, pues todavía no se habían unificado como Estados-naciones modernos. A fines del siglo XIX el mundo ya está repartido. Quien quisiera nuevos mercados para exportar sus capitales (no sólo sus productos mercantiles) necesitará comenzar una guerra de conquista. Es el tiempo en que el capitalismo pega un salto cualitativo. El crecimiento de la competencia entre las firmas empresariales nacionales dará lugar al nacimiento de grandes monopolios. La libre competencia metropolitana y el colonialismo moderno dejarán su paso al nacimiento del imperialismo.

Lenin fue uno de los principales teóricos del movimiento revolucionario a nivel mundial (ya que en Rusia dirigió, en octubre de 1917, la revolución bolchevique, la primera revolución socialista triunfante en la historia de la humanidad). En su libro El imperialismo, fase superior del capitalismo (1916) Lenin sostiene que con la emergencia del capitalismo imperialista, se termina la vieja dicotomía y competencia entre capitales industriales y bancarios. Se produce una nueva fusión donde los mismos capitales se dedican a la producción industrial y al mundo de las finanzas. Este nuevo tipo de capital es el capital financiero, hegemónico en los tiempos del imperialismo. Este tipo de capital ya no alienta la expansión territorial de las grandes potencias -típica de la época colonial donde la gran potencia invade y conquista sociedades menos poderosas- sino un tipo de expansión asentada en la exportación de capitales. Éstos persiguen obtener a cambio de sus inversiones diversos tipos de rentas de los países sojuzgados a los que le conceden una independencia política formal pero manteniendo una dependencia económica.

¿Cuáles son las características del imperialismo?

Lenin resume las líneas centrales de esa nueva fase del capitalismo mundial identificando determinadas características generales:

• Concentración de la producción, centralización de los capitales y emergencia de inmensos monopolios, oligopolios, empresas multinacionales, trust, corporaciones y cárteles • Nuevo papel de los bancos, que abandonan su antigua competencia con los capitales industriales para vincularse a ellos en el mundo de las finanzas

• Surgimiento del capital financiero como fusión de los capitales bancarios e industriales

• Emergencia de un sector sumamente concentrado del capital financiero que Lenin denomina “oligarquía financiera”

• Exportación de capitales desde las grandes potencias metropolitanas a las zonas periféricas con el objetivo de disminuir costos en materias primas y fuerza de trabajo y maximizar las rentas

• Reparto del mundo entre grandes corporaciones multinacionales acompañada del reparto del mundo entre las grandes potencias capitalistas. No se pueden entender las dos grandes guerras mundiales (y todas las guerras “menores” que las acompañaron a lo largo del siglo XX) si se desconoce la existencia del imperialismo. Sólo a la luz del imperialismo se puede comprender el genocidio nazi en Europa y el genocidio latinoamericano llevado a cabo en los ’70 y ’80 por las dictaduras militares de Paraguay, Brasil, Bolivia, Argentina, Chile, Uruguay, Perú, Guatemala, Nicaragua, El Salvador, etc.,etc. Un genocidio impulsado metódicamente –con sus instructores en tortura y en guerra contrainsurgente- por el imperialismo norteamericano. Un genocidio “científico” y racionalmente planeado.

Una vez que el capitalismo logra frenar la expansión de la revolución bolchevique de 1917 y disciplinar a la fuerza de trabajo a nivel mundial en la segunda posguerra, el imperialismo ingresa en una nueva fase. Si el imperialismo “clásico” existe en Europa Occidental y Estados Unidos entre 1890 y 1940 aproximadamente, la nueva fase imperialista se inaugura a partir de la segunda posguerra. Desde 1945 hasta principios de los años ’70 el capitalismo imperialista de los países metropolitanos se solidifica sobre una base común: el Estado comienza a intervenir sistemáticamente en el mercado (a favor de los monopolios); se le otorga cierta estabilidad laboral a los segmentos más altos de la clase obrera europea (la aristocracia obrera) a cambio de que sus sindicatos respeten el “nuevo orden” capitalista; se expande el sector capitalista de los servicios generando una sociedad de fuerte consumismo. Además, se genera una inflación permanente como modo de financiar los créditos para la industria y el consumo de masas. En la industria, sigue creciendo –fundamentalmente en EEUU- el sector armamentístico que llega a formar un complejo militar-industrial, todavía reinante en nuestros días.

Esta nueva fase del capitalismo imperialista metropolitano (que algunos autores denominan “neocapitalismo”, otros “capitalismo tardío”, “capitalismo de organización” o “capitalismo fordista”) se combina hacia el exterior con el neocolonialismo. Sin colonias formales la dominación imperialista continúa en el terreno económico. En total esta fase del capitalismo dura aproximadamente treinta años. Tres décadas de mansa sumisión de la clase obrera europea y norteamericana a los dictados del capital. Mientras tanto, después de la derrota de los nazis a manos del Ejército Rojo soviético durante la segunda guerra mundial, se forma un bloqueo eurooriental de países postcapitalistas (autodenominados oficialmente “socialistas”) liderados por la Unión Soviética. Estos países corren entonces con la desventaja de haber sido devastados en su propio territorio (a diferencia de Estados Unidos) por la invasión de los nazis. Además, se consolida en ellos el poder elitista de una fuerte burocracia política –formada en Rusia tras la muerte de Lenin y de la época gloriosa de la revolución socialista de 1917- que frena todo desarrollo de la conciencia socialista y todo poder de los trabajadores. Freno que asume diversas “teorías” y “doctrinas” oficiales en aquellos países (la más conocida de todas es la de “coexistencia pacífica” con el imperialismo, mediante la cual la URSS se compromete a no apoyar las revoluciones de países de la órbita occidental. Esta doctrina se implementa tras la muerte de Stalin, quien previamente había disuelto la Internacional Comunista para ganar el favor de los líderes capitalistas occidentales).

En el Tercer Mundo, por la misma época, se suceden diversos procesos revolucionarios. De algunos de ellos (como las revoluciones de Vietnam, China, Corea y Cuba) emergen revoluciones socialistas. En muchos otros casos (Argelia y diversas colonias africanas) ese proceso se limita a la independencia nacional y la descolonización política. En América Latina, a excepción de Cuba, se vive el auge de diversas experiencias nacionalistas y populistas encabezadas por las burguesías locales (y sus fuerzas armadas) que ensayan modelos industriales sustituyendo lo que no llega del área metropolitana y cubriendo los agujeros vacíos por las industrias monopólicas. Esta industrialización latinoamericana, deformada y dependiente, no modifica la estructura agraria atrasada de nuestros países. Al estar encabezada por los socios locales del imperialismo y el neocolonialismo, no logra romper el estrecho marco del capitalismo periférico. Es una industrialización “a medias” o “seudoindustrialización”, como la llamaron algunos autores.

El imperialismo consolida, entonces, entre 1945 y principios de 1970, su hegemonía para los países capitalistas metropolitanos, pero va lentamente perdiendo la iniciativa en la periferia del sistema mundial. A comienzos de los años ’70, producto de la insubordinación generalizada que se había experimentado durante el año 1968 en las metrópolis y de diversas luchas insurreccionales del Tercer mundo (encabezadas por la revolución cubana en América Latina), el modelo hegemónico de capitalismo tardío de posguerra entra en crisis. A ello se suma una crisis aguda del petróleo y otra crisis del dólar, en el terreno económico.

¿Cómo nace el neoliberalismo?

Producto de esas múltiples crisis a nivel mundial, el capitalismo retoma la ofensiva económica, política, militar e ideológica que había ido perdiendo a lo largo del siglo. De allí en más se impone como tarea doblegar a la clase obrera metropolitana, derrotar a los movimientos insurreccionales del Tercer Mundo y fracturar a los países del bloque del Este. La ideología que legitima esa ofensiva a nivel mundial se llama: neoliberalismo. Éste retoma del antiguo liberalismo del siglo XVIII (18) la bandera de la apertura comercial sin límites y la libre circulación económica del capital, pero combinada con formas políticas dictatoriales, fascistas y represivas e ideas culturales extremadamente conservadoras y autoritarias.

El primer “experimento” político a nivel mundial de la nueva ofensiva capitalista neoliberal fue el golpe de Estado de Chile en 1973 realizado por el general Pinochet contra el presidente socialista Salvador Allende. De allí en más, luego de generalizar la experiencia capitalista de nuevo cuño a sangre y fuego por todo el continente latinoamericano, Margaret Thatcher en Inglaterra y Ronald Reagan en EEUU aplicaron las nuevas recetas para el mundo metropolitano. A esto se le sumó la crisis terminal interna del bloque del Este (que derivó en la caída del muro de Berlín y la desaparición de la URSS) y una nueva revolución tecnológica de las comunicaciones. Producto de esa gama de procesos articulados, el capitalismo, que había nacido hacía cinco siglos como sociedad en expansión, vuelve a sufrir una nueva expansión planetaria. Una de las principales características de esta nueva etapa del imperialismo –cada vez más agresivo y guerrerista- es la internacionalización de la producción. No sólo de las finanzas, como dicen los periódicos burgueses. Con el neoliberalismo, el Estado no desaparece, como afirman las academias universitarias latinoamericanas: cambia de función. Abandonando el estilo de intervención que venía realizando desde aproximadamente 1930 y en principalmente desde fin de la segunda guerra mundial, el nuevo Estado capitalista neoliberal continúa interviniendo para garantizar la renta, la ganancia y el interés de los empresarios. Se retira de los servicios (salud y educación, por ejemplo) pero cada más está presente en el terreno de la represión interna y la criminalización de las protestas obreras y campesinas. Junto a la represión política, crece el militarismo y la superexplotación de la clase obrera.

El nuevo capitalismo imperialista redobla la asimetría de poder y la dominación a escala mundial hasta grados inimaginables. Actualmente, 600 empresas monopólicas transnacionales controlan los Estados de las grandes potencias capitalistas y el mercado mundial. Los pueblos del Tercer Mundo –no sus burguesías, socias serviles del imperialismo- cada vez están más sometidos. Según un informe de las Naciones Unidas, la fortuna de los 358 individuos más ricos del planeta es superior a las entradas anuales sumadas del 45% de los habitantes más pobres de la Tierra. Según ese mismo informe, más de 800 millones de seres humanos pasan hambre y alrededor de 500 millones de individuos sufren de malnutrición crónica.

No es entonces verdad que el capitalismo sigue exactamente igual que en la época de Lenin, a comienzos del siglo XX. Pero tampoco es cierto que haya desaparecido el imperialismo o que se hayan extinguido los Estados naciones. Sigue habiendo imperialismo. Sigue habiendo capitalismo. Sigue habiendo guerras. Sigue habiendo luchas de clases. La clase trabajadora sigue luchando por otro mundo posible, un mundo socialista… La “globalización” actual no es más que una nueva etapa de esa larga historia. Como todas las fases previas, no es un proceso ineluctable ni inevitable. Es un producto de la lucha de clases. Dado que el capital se universaliza cada vez más, la lucha de los trabajadores y las resistencias populares también se globalizan.

BIBLIOGRAFÍA SUGERIDA:

- Carlos Marx: “La ley general de acumulación capitalista”. [Capítulo N°23 del tomo I de El Capital]. Ediciones varias.

- Vladimir I.Lenin: El imperialismo, fase superior del capitalismo. Ediciones varias.

- Ernesto Che Guevara: “Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental”. Ediciones varias.

- Noam Chomsky: Estados canallas. El imperio de la fuerza en los asuntos mundiales. Buenos, Aires, Paidos, 2002.

- Atilio Borón: Imperio e imperialismo. Una discusión con Toni Negri. Buenos Aires, CLACSO, 2002.

- Néstor Kohan: Toni Negri y los desafíos de «Imperio». Madrid, Campo de Ideas, 2002.

- Claudio Katz: “Cómo estudiar hoy al capitalismo”. En Herramienta, Buenos Aires, invierno de 1998.

-Samir Amin: “Imperialismo y globalización” [28 de junio de 2001] (en el sitio de rebelión: www.rebelion.org)

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