Saber para crecer, una alternativa autogestiva para la discapacidad
La pobreza puede generar discapacidad y, en muchos casos, la discapacidad también puede llevar a la pobreza. Las calles son el lugar de trabajo y la casa de muchas personas con discapacidad. Por y para ellos nació Saber para crecer.
Ciudad de México. A un costado de la Delegación Cuajimalpa, al norte de la capital mexicana, se encuentra lo que una vez fue el sueño de Gregoria Pérez Hernández, también conocida como Goyita. El sueño tiene nombre y apellido: Saber para Crecer, lugar en el que se atiende de manera autogestiva a personas con todos los tipos de discapacidad. Cuenta con cerca de 30 pacientes que día con día reciben la oportunidad de una vida digna, al igual que sus familias.
En México existen cerca de 2 millones de personas con discapacidad, lo que equivale al 1.9 por ciento de la población. La discapacidad se cataloga en cinco grandes grupos: la discapacidad visual, motriz, mental, auditiva y de lenguaje.
Próximos a cumplir 15 años de lucha y organización, Gregoria cuenta que Saber para Crecer “nació de una necesidad propia pues yo tengo una hija con parálisis cerebral”. Su hija, Alma Yanet, contaba en aquel entonces con 11 años y para Goyita cada vez era más complicado trasladarse de Cuajimalpa hacia el centro de la ciudad: “Trasladarla hasta al centro era complicado, al principio no, pues ella era pequeña, pero empezó a crecer y se complicó todo, tanto el traslado como el aspecto económico, pues tenía que tomar taxi”.
En aquél entonces le surgió a Goyita la necesidad de buscar un centro en el que Alma pudiera ser atendida, pero no tuvo éxito debido a las características de su discapacidad, por lo que decidió abrir un centro de unidad móvil con ayuda de una fundación que daría asesoría al proyecto siempre y cuando juntara un grupo de 20 niños, por lo tanto empezó a convocarlos hasta lograr reunirlos.
“Como esto es picar piedra, desde abajo, picar, picar y picar, empezamos con cero materiales y cero instalaciones”. En 1997, en una casa prestada se encontraban ya instalados con pocos recursos pero con la firme intención de seguir adelante. En ese mismo año adquirieron un inmueble en comodato por parte de la Delegación, y les prestaron las instalaciones del Centro Cultural de Chinapa, en el pueblo de San Pablo Chimalpa, que se ubica a unos 15 minutos del corazón del centro de la Delegación. En la casa donde se encontraban les prestaban algunas sillas y mesas para trabajar que no les fue posible trasladar, por lo que en el nuevo lugar “empezamos con cajas de jitomate y tablitas”.
“Algunos de los padres nos vimos en la necesidad de trabajar para comprar material debido a que nosotros no cobrábamos nada. Todos los que estábamos en el proyecto éramos voluntarios”. Goyita cuenta que otro problema que enfrentaron fue la mala alimentación de los niños pues llegaban al centro con algún líquido o a veces con nada, lo cual los llevó a implementar un comedor, pues los avances del trabajo en los niños eran muy pocos. Los gastos aumentaron y tuvieron que conseguir algunos donativos para solventar las necesidades que surgían a cada paso. “En muchas ocasiones, si algún familiar de los niños tenía una fiesta, le pedíamos que nos guardara arroz o cualquier alimento que les quedara”.
Un gran obstáculo para las familias que tienen entre sus miembros un discapacitado es la falta de recursos. Día a día millones de personas en todo el mundo no sólo ven vulnerados sus derechos como individuos, sino que son privados de cuestiones tan básicas como comer, dormir o vestirse adecuadamente. La pobreza puede generar discapacidad y, en muchos casos, la discapacidad también puede llevar a la pobreza. Las calles son el lugar de trabajo y la casa de muchas personas con discapacidad.
Por otro lado, brotaban nuevas problemáticas. “No es fácil conseguir voluntariado, todos tienen necesidades económicas”. Muchas de las voluntarias empezaron a tomar cursos, a prepararse, eso en aquél momento era la única paga que se les daba, sin embargo la necesidad económica obligaba a la mayoría a desertar. “No se les podía obligar, ellos nos daban su tiempo”. Sin embargo conforme crecía el sueño, se abrían más oportunidades de crecimiento.
En 1999 llegó el Programa de Estancias Infantiles del gobierno de la capital y “en ese momento nos sacaron de las instalaciones del lugar”. Se fueron entonces del Centro Cultural Chimali, nombre que en náhuatl significa lugar de escuderos. Y con la entereza de un escudero se inició de nuevo la búsqueda de un lugar para poder seguir el trabajo. “Seguimos luchando y luchando”. Los que estaban en ese momento de voluntarios ayudaron a solventar los gastos que requerían las nuevas instalaciones, pues ahora debían de rentarse una casa, y los gastos que implicaba.
Estuvieron en esa casa durante casi tres años: “No era el lugar adecuado pues a lado teníamos un criadero de puercos, pero no había de otra, dado que las características del lugar se acoplaban a nuestras necesidades y posibilidades, hablando de las entradas físicas del lugar, como lo de los gastos por tenerla”. El olor insoportable era la sombra que arropaba todos los días a la lucha por una vida más digna para los discapacitados de ese lugar.
“Estuvimos trabajando, no desistimos”. Con el apoyo de algunos donativos se posibilitó el apoyo a los voluntarios con 250 pesos a la quincena, lo cual, dicho por Gregoria era algo simbólico y para los viáticos. Viendo crecer el sueño, apareció una oportunidad nueva. Una fundación llamada Villa Lledías se acercó con la intención de integrar programas a dicha fundación, y buscaban integrar el proyecto de Gregoria, lo cual les dio un impulso muy grande. Muta de piel y cambia de Chimali a Saber para Crecer.
Las madres incansables y gente que se acercaban a la nueva casa se convirtieron en los voluntarios. Seguían en San Pablo Chimalpa, con ese sueño sostenido de hilos que poco a poco se volvían cuerdas resistentes. Se seguía capacitando al personal, sin embargo no era suficiente.
Para el 2005 se cambian a su actual sede, en el centro de Cuajimalpa. Uno de los puntos por el cual se decidió este lugar para establecerse es lo céntrico. “Los padres pueden traer a sus hijos con un sólo transporte, es un punto medio para todas las comunidades”.
Ahora las ideas por una igualdad en el trato no terminan ahí para Goyita, pues apenas en noviembre del año pasado inició con un programa de estancias infantiles. El plan comprende el apoyo hacia las madres que necesiten dejar a sus hijos al cuidado de alguien capacitado, para ir a trabajar. La estancia tiene a niños con y sin discapacidad. En el caso de los niños discapacitados es una tarea mucho más compleja pero a la vez de mayor oportunidad para trabajar con ellos y sacarlos adelante. Esto se debe a que entre más temprana sea tratada la discapacidad, más oportunidad hay de conseguir logros. “La situación económica es complicada, las terapias, los traslados y los medicamentos cuestan”. Sin embrago, se intenta brindar una nueva oportunidad de vida hacia los niños y sus familias.
Gregoria y otras madres se han comprometido con su proyecto, pero sobre todo con sus hijos e incluso han cursado carreras en Terapeutas Integrales en la Discapacidad. Y como todo empieza con una idea, ahora la combativa Goyita maquila la posibilidad de crear un grupo de taxistas capacitados en el trato de discapacitados, y que además sean de un costo accesible para todos. La gente con discapacidad es un grupo marginado y olvidado por la sociedad. “Cuando llamas a un taxi se acercan, apenas ven la silla de ruedas, se siguen y no te suben, otros no te ayudan, es muy difícil”.
Ahora en 2010, ya con 15 años a cuestas, la situación ha cambiado totalmente. Lo que en un principio estaba borroso, ahora tiene una claridad que deslumbra. Se cristalizó el sueño. “El personal está capacitado, tenemos a nuestro personal en nómina, tenemos bien estructuradas las áreas. Se va a tramitar el seguro social para los trabajadores”. Si bien la casa donde se ubican es rentada, es posible que la compren en un futuro, pues ya la han hecho suya de forma afectiva, y tiene los requerimientos para un buen desarrollo del trabajo que ahí se lleva a cabo. Y como la situación ha cambiado en todos los aspectos, ahora su hija Yanet tiene 26 años de edad y su futuro es diferente gracias al tesón y lucha de su madre.
El centro es accesible para la gente de la comunidad y permite un cambio en la calidad de vida. “No hay que perder la esperanza”, dice Gregoria Pérez Hernández.
Tomado de Desinformémonos