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El polvorín

Uruguay: Fábricas recuperadas Trabajar para sí mismos

16 Octubre 2010 , Escrito por El polvorín Etiquetado en #Politica

Fábricas recuperadas

Por Raul Zibechi
Trabajar para sí mismos

 

Foto: empresas recuperadas
Foto: empresas recuperadas
Incluso estando integradas por una pequeñísima fracción de los trabajadores, las empresas recuperadas demuestran que, pese a todo, todavía es realizable el sueño que impulsó a los fundadores del movimiento obrero: un mundo sin patrones.

 

Aun hoy, una parte de los movimientos de trabajadores no se limita a la defensa del empleo y a demandar incremento de los salarios, o sea del consumo, sino que pretende ir más allá y busca, sea por convencimiento o por necesidad, trascender el papel asignado por otros en la sociedad. De eso trata la recopilación de trabajos de 18 autores argentinos, brasileños y uruguayos sobre las experiencias de recuperación de empresas presentado el viernes 1 en el pit-cnt.

Gestión obrera: del fragmento a la acción colectiva,* se titula el libro que recorre cuatro aspectos de estas experiencias: la recuperación del trabajo, el aprendizaje de la gestión empresarial, la emancipación desde el puesto de trabajo y una sección final dedicada a testimonios personales.

NUEVA ETAPA. Aunque la recuperación de empresas por sus trabajadores es tan antigua como el capitalismo, el actual proceso de recuperación tiene sus raíces en los años ochenta, cuando los obreros de la textil La Aurora y los empleados de Promopez intentaron mantener sus fuentes laborales tras el cierre de ambas firmas. Aquellas experiencias fracasaron, quizá porque desde el Estado no hubo el menor interés en apoyarlas y porque el movimiento sindical aún no tenía la capacidad como para encauzarlas.

“En Uruguay la mayoría de las recuperadas nacieron ligadas a los sindicatos”, reflexionó Ariel Soto, de Profuncoop, durante la presentación del trabajo. Hizo referencia a que buena parte del patrimonio industrial del país estaba en manos del brou, ya que las empresas tenían cuantiosas deudas con el banco, lo que facilitó la recuperación de las unidades quebradas. “La acción de los trabajadores uruguayos en las cooperativas o empresas recuperadas se basa en el quiebre del modelo de los años noventa. Por eso tenemos que empezar a discutir qué modelo productivo debemos impulsar.” Casi todas las recuperadas, insistió Soto, suman valor agregado y pueden aportar a la construcción de un modelo alternativo.

Su experiencia personal, graficada en un testimonio al final del libro, muestra una trayectoria típicamente uruguaya. Trabajaba en un pequeño taller que vendía cajas de conexión a ute. Cuando la empresa cerró durante la crisis de 2002, cuatro trabajadores ligados al sindicato metalúrgico se mantuvieron activos y se sumaron a un llamado de la Comisión por Trabajo del Centro Comunal 11, ya que el grupo inicial se movía en la zona de Casavalle. A partir de esa confluencia elaboraron un proyecto con apoyo del sindicato, del Instituto Cuesta-Duarte, de la Unidad Técnica de Alumbrado Público de la Intendencia de Montevideo y la utu.

Luego de largos debates conformaron una cooperativa para venderle luminarias a la Intendencia, instalándose en un predio de afe. “La Intendencia hizo una inversión importante”, explica Soto, ya que facilitó el despegue de la iniciativa aportando los materiales necesarios. Empezaron 12 personas en 2006, y siguen. Valoran la presencia del Estado como elemento central en la capacidad de mantener el emprendimiento a flote.

Pero no fue sólo el Estado. En los noventa los cierres de empresas afectaron a ramas casi enteras, como la metalúrgica, lo que motivó el comienzo de “una práctica que trascendía lo estrictamente sindical”, según Soto. Ante la sistemática repetición de crisis empresariales como consecuencia del modelo neoliberal, “grupos de trabajadores empezaban a discutir proyectos” que al principio consistieron en buscar nuevos inversores. Pero también se estrecharon los vínculos con el Ministerio de Industria y la Universidad de la República, que realizaban estudios sobre la industria. “Cuando se empezaron a dar situaciones más extremas y se comenzaron a concretar proyectos fue en 1999-2001. Y los dos primeros disparadores son Niboplast y Urutransfor, que además cierran contemporáneamente”, explica Soto.

Con los años, los trabajadores de estas empresas fueron capaces de crear un espacio organizativo que los agrupa, como la Asociación Nacional de Empresas Recuperadas por sus Trabajadores (anert), lo que representa un parteaguas respecto a las iniciativas aisladas del pasado.

DUDAS, TEMORES E INCERTIDUMBRES. La triple pertenencia de la mayor parte de los trabajadores de las empresas recuperadas (sindical, cooperativista y a la anert) ha sido motivo de debates intensos, ya que algunos creen que debilita la unidad de los trabajadores. Un debate atravesado por la actitud hacia el Estado, donde aparece la cuestión de la autonomía. Por eso Soto sostiene que “no puedo pensar que hasta que el Estado no tome y resuelva algo, yo no hago nada”.

Las relaciones de poder dentro de las empresas son abordadas por la socióloga Flavia Carretto, estudiando el caso de Funsa y Cofuesa. Si bien se trata de dos situaciones muy diferentes (una con larga tradición sindical y con más de 200 trabajadores, la otra con apenas dos decenas de trabajadores de la bebida), en ambas se constata la coexistencia de la forma clásica taylorista-fordista de organización del trabajo, con elementos nuevos que fueron apareciendo en el momento de poner en marcha la producción.

Entre las novedades aparece un manejo diferente del espacio, que se resume en que “durante el horario de producción ocurrían varias reuniones de trabajo informales, en diversos lugares de la planta (pasillos, corredores, calles internas, oficinas de producción, etcétera), no atadas necesariamente a los puestos de trabajo”, señala Carretto. Lo interesante es que esos intercambios informales, autoorganizados, empiezan a formar parte de la producción cotidiana, “lo cual sin duda implica una ruptura importante con su pasado”.

Esta realidad contrasta con una práctica como la revisión obligatoria de bolsos a la salida, “sin excepción”, como reza un cartel en una empresa, que denuncia continuidades con el pasado. Del mismo modo, la tarea de ordenar el trabajo tiende a ser delegada en “otro” que asume la responsabilidad y se convierte en autoridad construida, de algún modo, de forma colectiva, aunque no necesariamente consciente. La apuesta por un proyecto colectivo supone la construcción de un sujeto capaz de asumir la dimensión política (las asambleas) y a la vez la productiva y técnica (de carácter más individual). Conjugar las dos dimensiones parece tan necesario como tensionante.

Así y todo, la investigadora constata la tendencia “a reproducir la supeditación de la tarea netamente productiva a la tarea política-técnica”, que se produce en el mismo pequeño espacio en que se observa “cierta reproducción de la distinción entre quien toma la decisión y quien la ejecuta”. Prácticas que revelan que los cortes entre pasado y futuro son mucho menos evidentes que los deseos de los actores.

Lo cierto es que la experiencia viva y concreta de trabajar en una empresa autogestionada no es ninguna panacea y genera dudas, temores e incertidumbres entre los protagonistas. Sobre la misma matriz teórica que Carretto, la asistente social Leticia Pérez esboza algunos de los recelos que sobrevuelan estos debates: “Quizá muchos también añoran en silencio los días en que otros les decían lo que debían hacer sin tener que poner ellos tanta subjetividad, deseo y creatividad en juego”. Alguien dijo que la emancipación no es una avenida rectilínea o, lo que es igual, que la emancipación presupone revoluciones culturales que no se construyen en dos semanas.

* Nordan-Extensión Libros, 2010.

Lista incompleta

Veinte empresas recuperadas existían en Uruguay cuando se hizó el relevamiento para el trabajo citado, que ocupan algo menos de mil trabajadores, dos tercios de ellos varones. Casi todas comenzaron durante el ciclo de la última crisis, a partir de 1997, con un pico entre 2001 y 2002. Predominan las pequeñas empresas aunque varias superan el medio centenar de trabajadores: Funsa con 226, Cooperativa Victoria con 100, Urutransfor con 63, Envidrio con 66, Molino Santa Rosa con 75, Copraica con 73, y Lavadero casmu con 56 son las mayores.

Sólo seis están radicadas en el Interior y la modalidad predominante que llevó a la recuperación fue la quiebra. Hay empresas de limpieza, textiles, alimentarias, electricidad, cuero, plásticos, imprenta y fundición. La inmensa mayoría son cooperativas, aunque hay varias sociedades anónimas.

La encuesta realizada por la socióloga Anabel Rieiro encontró que de las 20 empresas estudiadas, 19 forman parte de la Asociación Nacional de Empresas Recuperadas por sus Trabajadores (anert), diez pertenecen a la Federación de Cooperativas y ocho se agrupan en el sindicato de base afiliadas al pit-cnt.

 

Fuentes: BRECHA

Tomado de Semanario Alternativas

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