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El polvorín

Salta: Zarpazos a la infancia

5 Agosto 2010 , Escrito por El polvorín Etiquetado en #Politica

  
Viernes, 30 de Julio de 2010 13:21
soldaditooo1(APe).- “Busco que la juventud tenga una contención y que les enseñen el respeto a la patria, a la bandera, a la familia. Respeto al plato de comida”, dijo desde su principado sojero allá en el norte, donde la brecha entre la obscenidad de la riqueza más escandalosa y la nada eterna sobre la mesa se hace dolorosa herida cotidiana. Y trascendió las fronteras de su patria chica para llevar el proyecto a ley nacional que rija las vidas argentinas.

Hubo un tiempo en que la infancia era un territorio hermoso y protegido. Digno de ser vivido. En donde la vida entera era un juego cotidiano. En que la muerte era un universo inasible porque no formaba parte de las premisas de aquella otra felicidad. La muerte era la de los otros. La de los viejos. La de quienes ya habían transitado todos los caminos.

Hubo un tiempo que hoy forma parte de algún territorio perdido de la memoria. Que hay que rescatar con las nostalgias de aquel viejo arcón en donde la miseria no cabe y la violencia es apenas una palabra.

Hoy es un territorio al que demasiados temen. Lo miran de reojo, como espiando desde la ventanuca de su propia fortaleza y le preparan el zarpazo. Listo para dañar o destruir.

Una encuesta nacional dice que el 80 por ciento de la población mira con aceptación el regreso del servicio militar obligatorio, aquel que cayó a los abismos tras la muerte cruel del soldadito Omar Carrasco. Y que el 78 por ciento observa con beneplácito el servicio voluntario para chicos desde 14 años. El diputado nacional del radicalismo Rubén Lanceta fue muy claro cuando dijo que era la salida para esos “400.000 adolescentes que hay que sacar de la calle porque están en riesgo”. Y que por eso estaba dispuesto a apoyar el proyecto del salteño sojero.

Alfredo Olmedo es el principe de la soja, hijo del rey del que no sólo heredó su nombre. Rey plebeyo que en 1996 recibió unas 60.000 hectáreas de tierras fiscales, con crédito incluido; que nueve años más tarde fue objeto de la bondad del gobernador Juan Carlos romero que le arrendó por medio siglo más de 350.000 hectáreas, a 0,56 centavos cada una que antes ocupaba la compañía Salta Forestal.

Hectáreas y más hectáreas -en las que apenas resisten un puñado de ranchitos- que fueron ganadas por los desmontes irracionales que le fueron dando muerte a esa provincia que se jacta de ser “la linda”. Pero que desnuda la brecha de la inequidad como pocas.

Porque con la misma mano con que firma los proyectos de crear el servicio militar social -eufemismo brutal- rubrica leyes de “ordenamiento territorial” destinadas a profundizar los desmontes destructores de tierras, de aire, de aguas y de trabajo. Donde la gente se enferma de pura pobreza, de angustia vieja o de abandono. Esa misma gente que, dijo el principe sojero, deberá vacunarse contra la fiebre amarilla que “cada vez es más grande” con la espantosa ironía de apoyar toda su campaña marketinera en objetos exclusivamente amarillos.

Salta cuenta entre sus cifras unos 5000 niños y niñas policías. De una fuerza infantil nacida en el 90 con la misión de “incorporar a la niñez como participante activa en la acción preventiva policial, persuadiéndola al rechazo y apartamiento de conductas antisociales y delictivas, creando un ambiente adecuado a fin de que el niño a medida que avance en edad y conocimiento vaya descubriendo los auténticos valores de la vida y comprendiendo la importancia de la función policial en el mantenimiento de la paz social”.

Ocho de cada diez argentinos, dice la encuesta nacional apoyarían la propuesta.

Lejanos ya los tiempos en que la vida digna se aprendía desde el amor y el trabajo, el mundo de los adultos se decidió a poner rejas al futuro. Enjaularlo. Encorcetar la vida que se le fue de las manos porque no la cuidó a tiempo. Buscando persuadirla al rechazo y apartamiento de conductas antisociales con un cuerpo a tierra y un salto veloz, con un arma limpia y las botas brillantes de todo lustre. Para que esos 400.000 pibes crecidos a los golpes, sin un techito firme sobre sus cabezas, sin abrigo, sin el plato de sopa calentito ni un solo libro en la memoria de sus días entiendan y descubran cuáles son los auténticos valores de la vida.
Tomado de Agencia de Noticias de Niñez y Juventud Pelota de Trapo (APE)
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